Si te sientes ofendido, haz una pausa y, mirando a los ojos de quien te ofende, pregúntale: “¿qué te ocurre?”
Si crees que te han mentido, mira a los ojos de esa persona y no digas nada.
Inmerso en la discusión, mantén la voz tranquila, la palabra ganará terreno y la comprensión tiempo.
Ante la ansiedad, procura respirar lenta y profundamente. Esto puede activar la respuesta de relajación de tu cuerpo y hacer que te sientas más tranquilo.
Una buena postura aumenta la confianza y mejora el bienestar. Abre tus hombros, las alas del corazón.
Sonríe, aunque no consideres un motivo para ello, pues algo cambia en nuestro interior cuando lo hacemos.
Háblate bien. En nuestro diálogo interno, nadie puede escucharnos y rebatir los mensajes autodestructrivos que, a veces, nos regalamos.
Ceder no supone, necesariamente, perder. En la rigidez de pensamiento se encuentra la fuente de la frustración y, por ende, de la infelicidad.
Evita las etiquetas autolimitantes, impiden tu desarrollo. ¿Acaso no dejaste de creer que un señor muy grande descendía por la chimenea cargado de regalos? La plasticidad de nuestro cerebro admite más cambios de los que crees.
Cuando conozcas a alguien nuevo, evita los prejuicios, las etiquetas son la antítesis de la libertad.
No olvides que ni los recuerdos resisten a la impermanencia. Todo cambia, todo se transforma, y la interpretación de lo que nos ocurre no es ajena a ello.
No permitas que el miedo consuma tu propósito, antes siquiera de haberlo intentado. Recuerda que “en el vivir no hay certezas”.
Organiza tus pensamientos y tareas. Ver los objetivos plasmados en un papel, generará una sensación de control y nos liberará del estrés que acompaña al caos.
Céntrate en el momento presente, en el aquí y el ahora. Ciertamente, lo pasado no se puede modificar y lo futuro… Lo futuro, probablemente, nunca llegará, y si lo hace, a buen seguro, no será tal y como lo hemos pensado.
Belén Llano Beltrán